Por: Angelique García Solá
“There’s nothing about us without us”
En Puerto Rico, existe un promedio de 150,000 sordos o más, según el Censo de 2010. Sin embargo, la sordera es una de las diversidades funcionales más invisibles.
El trato que recibe la comunidad sorda por parte de la sociedad, especialmente por parte de quienes trabajamos con ellos, en ocasiones puede resultar errónea, confusa, o podría sobrepasar los límites éticos.
Por alguna razón, comenzamos a aprender lengua de señas y ofrecerle ayuda a la comunidad sorda. Pero, ¿alguna vez nos hemos preguntado cómo estamos ofreciendo esa ayuda o cómo realizamos el servicio? ¿Seré un aliado hacia la comunidad sorda?
La profesión de interpretación de señas inició de manera voluntaria y, mayormente, realizada por familiares y feligreses religiosos. El área que propulsó la interpretación como una profesión fue la interpretación religiosa.
Antes de establecerse el Registro de Intérpretes para Sordos (RID), en 1964, primera asociación profesional de intérpretes de lengua de señas, los servicios a la población sorda eran ofrecidos desde una perspectiva filosófica paternalista. Esta filosofía consiste en que la persona oyente (familiar, intérprete, comunicador o facilitador), toma un rol de poder o de cuidador que podría desempoderar al individuo sordo.
Esta población era observada como limitada o incapaz; por consiguiente, se promovía la idea de que ‘’el sordo necesita ayuda’’. Se podría decir que, en ocasiones, la sociedad continúa observando al sordo de tal forma.
Es común para quienes trabajamos o colaboramos con la comunidad sorda conocer y presenciar las historias de discrimen, opresión y necesidad. Pero, ¿realmente sientes o piensas como un sordo? He aquí el error.
A veces, inconsciente o conscientemente, el oyente contesta, comenta o expresa por el sordo, y estas acciones podrían observarse como las de un “ayudante” o paternalista. Estas acciones podrían ser contraproducentes. También, podrían revertir la función del intérprete, cuando lo que se busca es continuar abriendo espacios para esta comunidad, visibilizar y ofrecerles mayor participación como cualquier ciudadano merece.
Debemos ser simplemente aliados. Auscultar con la comunidad sorda en qué desean ayuda. Permitirles y ofrecerles el espacio para que sean ellos el punto de enfoque.
Cuando se trate de contestar sus preguntas, conocer sus necesidades, expectativas, disgustos o defender los derechos del sordo, la primera voz cantante (señante) es desde las manos de ellos.
Aunque podemos coincidir en que el sordo pertenece a un grupo minoritario, esto no equivale a impotencia o incapacidad. Cada individuo es capaz de llevar sus propias luchas.
Es momento de que los oyentes (sean familiares, allegados o intérpretes de un sordo), nos quedemos a un lado y le demos espacio total a ellos para expresarse, defenderse y luchar. Solo de esta forma se empoderan, serán vistos y escuchados desde sus propias perspectivas y opiniones transmitidas directamente por su lengua de señas.
El verdadero empoderamiento de una comunidad comienza por el individuo que pertenece a ella.
Las expresiones vertidas en este escrito no necesariamente representan el sentir de Pulso Estudiantil.