Por: Rocío Rodríguez-Báez
El Departamento de Salud de Puerto Rico, hace un tiempo, cuenta con un dashboard que actualiza constantemente la información de los contagios y muertes por COVID-19, pero realmente, además de darnos algunas frecuencias, ¿qué nos dicen los datos? No mucho.
Al igual que con otras crisis, el COVID-19 ha destapado importantes inequidades en la sociedad puertorriqueña. Las condiciones diferenciales que son injustas y prevenibles se hacen explícitas. Sin embargo, son invisibles en los números.
Nancy Krieger, epidemióloga social en la Universidad de Harvard, cataloga como injusto que existan brechas de información en los datos reportados por los departamentos de salud, y Puerto Rico no ha sido la excepción.
Ninguna agencia ha hecho el acercamiento de incluir, en los reportes, los ingresos, ocupación, escolaridad, orientación sexual e identidad sexual de los casos, entre otros datos que nos permitan darles sentido a los números y a las respuestas gubernamentales ante el virus que, hace un tiempo, parecen ser inexistentes e incoherentes. Esa información sí nos pudiese decir mucho.
Como menciona Krieger, todos estamos amenazados por el COVID-19, pero las estructuras sociales que producen la desigualdad de acceso a servicios de salud, vivienda, trabajo bien remunerado y alimento aumentan el riesgo de enfermar y morir a comunidades muy específicas.
Como bioestadística en formación, tengo la responsabilidad de exigir que la información sea representativa de la realidad que se está viviendo en el país. No son solo números, son personas y familias que se han visto afectadas por una crisis económica, política, y de salud.
Hago un llamado a que se atiendan los determinantes sociales de la salud, e invito a todos y todas las profesionales de la salud pública a que asuman posturas. Que se recopile la información y dejen que los datos hablen.
Las expresiones vertidas en este escrito no necesariamente representan el sentir de Pulso Estudiantil.