Enterarse de los papelones de otres, o contar uno es interesante, ¿verdad? Confesarse y escuchar confesiones muchas veces es divertido. Esta acción, tan común entre los seres humanos, es protagonista en diferentes escenarios. Es una parte esencial en el catolicismo para recibir el perdón divino. También, es fundamental al momento de esclarecer un caso criminal. Esta estrategia de desahogo, sin embargo, se ha modernizado y adaptado a las necesidades de narración entre les adolescentes y su accesibilidad a la tecnología sin darle algún tipo de importancia.
Hace varios años atrás, en las redes sociales como Twitter y Facebook, se crearon diferentes páginas de “confesiones”, particularmente, para conocer los “bochinches” del estudiantados en las instituciones universitarias del país. Se popularizaron de tal forma que aún se mantienen activas.
El contenido, enviado anónimamente, varía entre confesiones amorosas, desamor, frustraciones, deseos o encuentros sexuales, pensamientos suicidas y difamación. En ocasiones, han servido como un espacio de contención emocional. Si les lectores lo encuentran pertinente, se ofrecen en ser oídos para escuchar y hombros para llorar.
Asimismo, han hecho planteamientos sobre el abuso institucional, la sobrecarga académica y las deficiencias de las instituciones a las que asisten. Invitan al diálogo, el cuestionamiento, la introspección, chistes y uno que otro call out. Todes nos hemos vacila’o una que otra confesión, porque «why not?». Pero, aunque esta práctica inocente ha sido luz y entretenimiento para muches, también tiene un lado oscuro y preocupante.
En la pasada semana, una persona creó Confesiones JFZ, un espacio para contar las travesuras de les estudiantes de una escuela superior en Coamo. La problemática de esta práctica entre estudiantes de high school se encuentra en el contenido. Aparecen nombres con descripciones despectivas, como misóginas, sexistas; comentarios clasistas hacia alumnes de regiones rurales; expresiones racistas, como homófobos, gordofóbicas, calumnias e, incluso, acusaciones serias sobre maestres. Un ejemplo de lo compartido entre alumnes y exalumnes, lo es la confesión #120: “Estas chamaquitas tu les tiras y rápido dicen que es envidia ENVIDIA DE QUE?! De lo cuero?! De lo fácil que son?! Siempre quieren ser el centro de atención. Muucchhaacchh”.
Es un tipo de cyberbullying moderno en donde les agresores se identifican desde el anonimato y son protegidos por la seguridad que brindan les administradores; sea dirigido por estudiantes de escuela superior o universitaries. Además, el no tener algún tipo de reglamentación establecida sobre lo que se publica, les provee la libertad a les individues de exponer sus pensamientos comentarios, sin importar las repercusiones. Este acto evidencia la influencia y normaliza la cultura machista, pues cualquier publicación es aceptada, comentada e incluso, compartida por una audiencia constante.
Que hayan sido estudiantes menores de edad, no lo hace más grave e importante, que el contenido que se encuentran en las páginas de confesiones universitarias. Es necesario alarmarnos con las confidencias despectivas, como lo hicimos con la amenaza de tiroteo en la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico. Divulgar sobre la existencia de un sex tape sobre una pareja, ¿es necesario? Mofarse de comunidades marginadas, ¿es chistoso? Contar y dejar que se publique la historia de un encuentro sexual sin el consentimiento de las personas involucrada, ¿es cool? Burlarse de la identidad, sexualidad y preferencias de otres, ¿es relevante? Serán historias que por su narración son creíbles, chistosas y las compartimos, pero así estamos reproduciendo y normalizando las agresiones. Estos espacios deberían ser utilizados para problematizar situaciones que afectan les colectivos, entes de transformación, brindar un encuentro de apoyo, progreso y alternativas.
Las expresiones vertidas en este escrito no necesariamente representan el sentir de Pulso Estudiantil.
Editora: Melanie Paola Franco Marrero