Por: Patricia Sandoval Domenech
Durante dos semanas de manifestaciones continuas, alrededor de un millón de boricuas se unieron bajo la consigna #RickyRenuncia. Este pedido concreto sirvió de catalizador para un reclamo colectivo que trasciende la figura de Ricardo Rosselló, y que se viene gestando hace muchos años. Un reclamo por cambiar la estructura política de nuestro país, por acabar con la corrupción de raíz y tener un gobierno que nos represente como pueblo. Llevamos décadas sufriendo las consecuencias de administraciones que representan sus propios intereses y los de sus allegados personales. Después de tanto aguantar, de padecer los efectos de las políticas de austeridad del gobierno y de la Junta de Control Fiscal para luego sufrir los estragos del huracán María y de una administración incompetente y corrupta que permitió la muerte de 4,645 compatriotas, familiares, amigos, el pueblo ya no aguantó más.
Pero, a diferencia de lo que puede parecer a simple vista, lo que observamos estos días no fue un movimiento “espontáneo” del pueblo que de un momento a otro abrió los ojos y decidió salir a la calle. Los cimientos de esta gran movilización y unión del pueblo los podemos encontrar en nuestra historia y en el trabajo político de décadas por parte de diversas organizaciones y movimientos sociales y políticos de nuestra isla. Si analizamos nuestro pasado, si hurgamos en nuestra memoria, en nuestras raíces, vamos a encontrar una historia de lucha y resistencia que nos ha sido negada como pueblo generándose una “memoria rota” como la llamó Arcadio Díaz Quiñonez. Procesos de movilización social que han sido invisibilizados desde el Estado y sus instituciones, quedando fuera de la historia oficial enseñada en las escuelas, pero que ha logrado mantenerse en nuestra memoria histórica, aunque sea de manera quebrantada.
Con el fin de mantener el status quo, quienes ejercían el poder político nos enseñaron que nuestro pueblo es un pueblo pacífico, que en nuestra sangre llevamos la sangre de los taínos mansos y aplatanados que se dejaron colonizar por los españoles. Una historia selectiva que resalta el poder y dominación de los españoles y conmemora figuras como la del genocida Cristóbal Colón, mientras disminuye la importancia de figuras como la de Agüeybaná. Así, nos cuentan que el jíbaro puertorriqueño era dócil y vivía eñangotao’ y los diversos actos de resistencia los disminuyen resaltando el fracaso y no la bravura, o son descalificados como actos terroristas. Así crecemos y aprendemos que los boricuas somos vagos y arrodillaos “por naturaleza” y que, por eso, seguimos colonizados. Y aquellos sectores que recuperan la lucha de nuestros antepasados y se manifiestan políticamente para cambiar el status quo, como es el caso histórico de los movimientos estudiantiles de la UPR, son deslegitimados por la opinión pública y representados en el imaginario colectivo como jóvenes “pelús”, revoltosos, comunistas y vagos que no quieren estudiar.
Pero esa no es toda la historia. Generación tras generación, diversas personas y organizaciones se ha encargado de transmitir la otra parte de la historia y mantener viva la memoria de nuestros próceres como Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, Lola Rodríguez de Tió, Pedro Albizu Campos. De nuestras rebeliones y luchas, como el Grito de Lares, la Masacre de Ponce, la rebelión nacionalista de 1950, la lucha por la salida del ROTC de la UPR y por la salida de la marina de Estados Unidos de Vieques. Esta historia de luchas y resistencias se ha mantenido viva en los movimientos independistas y socialistas, las organizaciones obreras, las iniciativas comunitarias y en los movimientos estudiantiles. Desde estos sectores hace décadas se ha venido construyendo una cultura de fiscalización y protesta basada en la organización colectiva.
Estas semanas vivimos un momento histórico con un levantamiento de las masas como nunca se había visto en Puerto Rico. Nuestro pueblo se unió y, en apenas 13 días de protestas, logró lo que era impensable un mes atrás, sacar al gobernador de su puesto, ejerciendo una democracia real, participativa y directa. Y esto se pudo hacer encontrando una causa común que superó todas aquellas cosas que nos diferencian, demostrando que la mayoría de los puertorriqueños queremos un gobierno que nos represente. Queremos ser escuchados, queremos que el dinero de nuestros impuestos vaya a mejorar el país y no a los bolsillos de unos pocos, garantizándose el acceso a servicios esenciales como una salud y una educación de calidad.
Este levantamiento del pueblo era necesario para poner un freno y gritar bien alto “¡basta!”, llamando la atención de toda la isla, de la diáspora y del mundo entero. Un momento de completa efervescencia colectiva del cual surgió un movimiento completamente plural, diverso y horizontal. En el cual la principal herramienta de convocatoria fueron las redes sociales y fue clave el apoyo de los artistas que dio un impulso aún mayor a lo que se había comenzado ya a gestar por diferentes grupos heterogéneos. Desarrollamos así una forma de hacer política distinta a la que conocíamos, carente de estructura organizativa y de líderes o portavoces, basada en la movilización constante mediante el recambio de personas generado por un constante bombardeo de convocatorias en las redes sociales a nivel de toda la isla y en la diáspora. Una forma de participación política basada en ocupar las calles y espacios públicos, utilizando toda una serie de mecanismos de gran creatividad que mostraron la diversidad de personas que formaron parte de las movilizaciones.
Se generó así una manera de ejercer la democracia de manera directa en las calles, la cual resulta esencial en coyunturas tan críticas como la actual. Sin embargo, no es suficiente esta metodología si nos proponemos lograr un cambio profundo. Ese nivel de movilización y de ejercicio de la soberanía ciudadana ocupando las calles para sacar a un gobernador que no nos representa, esa efervescencia colectiva que se vivió, es imposible sostenerla en el tiempo. Los estallidos populares y la movilización permanente requieren de mucha energía por lo cual resultan muy eficaces y esenciales para protestar y luchar en cierto momento concreto, pero a largo plazo se torna necesario desarrollar otros mecanismos.
En primera instancia, tenemos que seguir utilizando la herramienta de la movilización, usar ese poder que descubrimos para ejercer presión para que quien ocupe el cargo de gobernador sea alguien que no pertenezca al círculo de corrupción de la actual administración. Asimismo, debe continuar el reclamo por justicia, ya que sabemos que no es suficiente con las renuncias del gobernador y de los miembros de su administración. Una vez logremos eso, debemos comenzar a organizarnos colectivamente para continuar este proceso de reestructuración. Si queremos cambiar las cosas y cambiar el curso de nuestra historia, tenemos que hacer las cosas de manera distinta y para esto es esencial escuchar a la juventud y a quienes vienen construyendo alternativas hace años. Los movimientos estudiantiles, los sindicatos, las diversas organizaciones sociales y políticas cuentan con la experiencia cotidiana del trabajo colectivo y podemos aprender mucho de ellos. Pero ellos también pueden aprender mucho de lo que pasó estas semanas y de las nuevas formas de manifestación plurales y diversas que se generaron.
Creo que debemos aprovechar esta coyuntura sin precedentes para unir estos dos modelos de participación política y tratar de crear nuevos mecanismos de discusión más plurales, menos burocratizados y más horizontales. Para esto, podemos partir de los consensos que nos hicieron marchar y protestar colectivamente. Partamos de ahí, de lo que nos une. Llevamos décadas concentrándonos en lo que nos separa y cegados por un partidismo que no nos ha permitido visualizar otras posibilidades. Un partidismo que nos divide en torno a la cuestión del estatus, mientras sufrimos los efectos de una estructura política corrupta y violenta que nos. No quiero decir que no sea fundamental tratar nuestra relación política con Estados Unidos, pero si realmente queremos cambiarla, primero tenemos que cambiar el sistema político que hace mucho que dejó de representarnos.
Si pretendemos verdaderamente cambiar nuestra realidad social y política, debemos encauzar toda esa rabia que sentimos y esas ganas que tenemos de cambiar nuestro país, y utilizarla para la creación de algo nuevo. Es momento de reflexionar, dialogar, debatir ideas y generar propuestas y proyectos colectivos. Para construir el país que queremos, antes tenemos que proyectarlo e imaginarlo, para esto es necesario reunirnos, encontrarnos, organizarnos.
Estas semanas aprendimos una lección fundamental, aprendimos el poder que tenemos cuando ejercemos nuestra ciudadanía y la fuerza que tenemos cuando logramos conectar con los otros, superar nuestras diferencias e intereses particulares y buscar un objetivo colectivo. Aprendimos que depende también de nosotros el futuro de nuestro país y que es fundamental que nos involucremos más como ciudadanos en nuestra realidad sociopolítica. Muchos que nunca habían ido a una marcha sacaron el coraje y ocuparon las calles, logramos superar muchos miedos y mitos sobre las manifestaciones y nos unimos en una sola voz, como nunca en nuestra historia. Entendimos que había que superar los miedos porque es la única manera de cambiar nuestro presente y tener un mejor futuro para nosotros y para las próximas generaciones.
Y así, logramos hacer renunciar al gobernador, algo que resultaba impensable no hace tanto tiempo atrás, y con ese logro se abrió todo un nuevo horizonte de posibilidades. Pasamos de un día para el otro a ser ejemplo mundial por la unión y lucha de nuestro pueblo.
Ahora es el momento de organizarnos. Algo que aprendí de los estudiantes de la UPR y que pude corroborar estos días, es que otro Puerto Rico es posible, nos toca a nuestra generación crearlo.
Editado por: Melanie Paola Franco Marrero
Las expresiones vertidas en este escrito no necesariamente representan el sentir de Pulso Estudiantil.