Foto de portada por: Sebastián Guzmán Caridad
Existen palabras difíciles de digerir. Esas que se apellidan soeces no siempre son las más peligrosas. La semana pasada, el estudiantado huelguista de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Cayey, escuchó una de esas palabras que, al pronunciarlas, implican resultados horrorosos: tiros. Les amenazaron con tiros.
“La próxima vengo a entrar par de tiros”, soltó en la noche del pasado miércoles un guardia de seguridad privada que trabajaba en la institución, según una publicación en Twitter del Movimiento Estudiantil en Cayey. El guardia, quien fue removido de su función al siguiente día, alegó que “están jugando con mi familia y trabajo”.
El suceso es un recordatorio de que en Puerto Rico predomina el discurso de mirar al estudiantado de la UPR como un problema. La gobernanza del país atiende a la universidad pública como una enemiga, pues le intimida la idea de que exista un espacio en el archipiélago que promueve experiencias que invitan a cuestionar, a validar la rebeldía y afirmar a Puerto Rico.
Mientras la mayoría del liderato en la legislatura favorezca el Plan de Ajuste de la Deuda (PAD) y repita y repita que la UPR puede sobrevivir con una asignación de $500 millones, resultará más fácil justificar los recortes, culpar al estudiantado y amenazarle con tiros.
Esta semana se anunció otra palabra peligrosa. La contralora de Puerto Rico, Yesmín Valdivieso, quien no estudió en la UPR, invalidó la huelga estudiantil y sugirió el cierre del primer centro docente.
“Si ellos no van a ir a la escuela, si ellos no quieren estudiar, si lo que quieren es estudiar remoto, y no tienen que ir, pues vamos a cerrar, vamos a usar la palabra esa que les asusta tanto”, sostuvo la contralora en una entrevista con Rubén Sánchez.
Por supuesto, el cierre de una UPR accesible asusta a quien realmente quiere a Puerto Rico. El descuido de la universidad pública sería la destrucción para el pueblo. Perderíamos el 95 por ciento de las investigaciones científicas, que diariamente aportan al desarrollo de la salud, la educación y la economía del país. Desperdiciaríamos la oportunidad de transformar nuestra sociedad a una más abierta, más inclusiva y más segura. Sin la UPR, el archipiélago olvidaría mirar al mundo desde las humanidades, que son imprescindibles para comprender(nos).
Para defender a la Universidad en contra del PAD, el estudiantado asumió esa palabra que le ocasiona a la gobernanza del país tanto temor: huelga. Hasta el momento, seis de los 11 recintos y unidades decidieron cerrar los portones para exigir que se priorice la asignación de fondos y el restablecimiento de la fórmula del 9.6 por ciento a la institución. Razones válidas tienen para manifestarse. Las huelgas son interrupciones necesarias y colectivas en las que se crea comunidad y se reivindican condiciones.
Hasta que no se entienda que, como decía la escritora y periodista Ana Teresa Toro, el espacio público se reclama y se ocupa con el cuerpo, será difícil identificar a qué palabras hay que tenerle más miedo: las que el estudiantado levanta en defensa de lo público o las que el Estado reproduce para desprestigiar a la universidad.