En la oscuridad, las palabras pesan doble. Cargan consigo emociones tan fuertes capaces de
conectarnos a través de la rabia colectiva que no surgió hoy, ni ayer, sino que se lleva acumulando como bola de nieve que arrasa y destruye lo que quedaba de primavera.
Sentada frente a una vela, agotando la poquita batería que queda, el sonido de las plantas eléctricas forma una melodía que no acabo de decidir si me alivia o me inquieta. Para que no se me olvide, apunto en mi agenda las cosas que tengo pendientes de la universidad, a ver si algún día las termino. Un reportaje, tres tareas, reuniones pospuestas, un ensayo, leer, estudiar, no desesperarme, cogerlo con calma, quedarme tranquila…
Quien no piense que vivir en Puerto Rico es un reto constante está completamente enajenado de lo que se vive a diario. Resulta fácil hablar desde la comodidad, que para unos un apagón no signifique nada porque tienen el privilegio de ni siquiera darse cuenta que la luz se fue. Para otros, que resultan ser la mayoría, la historia no es igual.
Momentos como estos desencadenan en desesperación y miedo para los estudiantes. Son muchas las cosas a las que nos hemos enfrentado en los pasados años: huracanes, huelgas, recortes, una pandemia y apagones incesantes que tienen un efecto dominó en nuestras vidas. A eso, se le suman las ya complicadas situaciones que se viven en la cotidianidad, desde colgarse en un examen, no tener dinero suficiente para la renta, hasta tener que trabajar horas extra sin tiempo suficiente para estudiar.
No pretendo generalizar, pero los momentos de oscuridad nos recuerdan que, al final, vivimos bajo el mismo cielo. Las dificultades están destinadas a despertarnos, y vivir en Puerto Rico pareciera habernos quitado el sueño.
Siento por mí, pero siento más por los demás. Por aquellos que se quedaron sin compra y el dinero no les da para reponerla, por todo aquel que necesita luz para darse tratamientos de alguna enfermedad, por los estudiantes que están estudiando con un flashlight porque su responsabilidad va por encima de todo; en fin, siento por Puerto Rico.
No se puede pedir calma cuando la calma se agotó, cuando ya no queda más remedio que aguantar y sobrevivir. No somos resilientes porque queremos, sino porque se nos obliga.
Graduarse de la universidad no tiene por qué ser tan complicado, pero las dificultades son consecuencia de un sistema que no nos permite vivir adecuadamente. Mucho se habla de que los jóvenes somos el futuro del país, que en nuestras manos está el éxito de nuestra sociedad. Pero, ¿qué vamos hacer si nos destruyen el presente?
Cada vez encontramos más escollos en el camino, más “retos por superar”. Es hora de parar los discursos que normalizan estas dificultades, y que nos hacen creer que un “felicidades, lo lograste” basta para hacernos olvidar lo difícil que ha sido el camino para llegar a la meta.
Las palabras bonitas y las metáforas resultan inútiles cuando no son reales, y más cuando salen de la boca de personas ajenas a la realidad. No es una noche de nieve, sino más bien una nevada.
Queda mucho por hacer como proyecto de país, muchas cosas que, lamentablemente, no están en nuestras manos. Mientras tanto, me apego a ese sentimiento de unión entre aquellos que sabemos lo que se siente ser estudiante universitario en Puerto Rico y lo que eso conlleva. Nos tenemos, y sé que juntos podemos hacer de nuestro semestre una hermosa primavera.
Ser estudiante en Puerto Rico es ser luz en la oscuridad.