Por: Angelique García Solá
La profesión de interpretación de lengua de señas comenzó alrededor de 1950 en Estados Unidos, y durante aproximadamente quince años, se practicó desde una filosofía de ayudante. Los intérpretes realizaban sus servicios a partir de la compasión. En conjunto con la comunidad sorda, se llevaba a cabo el arreglo para lograr el acceso comunicacional. La comunidad sorda era la responsable de otorgar la aprobación como intérprete, pues actuaba como una especie de guardián de su lenguaje.
Con el desarrollo de la profesión hacia finales del siglo XX, el intérprete o señante comenzó a ser percibido en muchos contextos como representante de la persona sorda. A menudo, el intérprete asume un rol de protagonista de la lengua de señas, convirtiéndose en el centro de atención e invisibilizando a la comunidad sorda. Tal patrón se observa también cuando personas oyentes reciben y contestan preguntas relacionadas con la comunidad sorda y su lengua, así como con sus necesidades y retos.
Aunque lo anterior podría considerarse una acción empática, es, más bien, una acción opresiva, debido a que no somos representantes de la comunidad sorda, que debe manifestarse, como toda población, por sí misma. Cuando los señantes asumimos un rol protagónico, dejamos de ser aliados y nos convertimos en opresores.
Debemos cuestionar continuamente la posición de privilegio y poder que nos otorga la profesionalización de la interpretación de lengua de señas. No podemos ignorar la perspectiva de la comunidad sorda, ni pretender hablar por ésta. Es por y con la comunidad sorda, no al revés, que los intérpretes nos hemos convertido en profesionales visibles y hasta atractivos.
Los profesionales o aprendices de la lengua de señas debemos preguntarnos en todo momento si somos proveedores de servicios o influencers. Aunque muchos podríamos estar motivados por el concepto de “corazón sordo”, si no realizamos una introspección continua, podríamos actuar como enemigos del bien y la justicia para las personas sordas.
Como intérpretes, hemos sido testigos de microagresiones, actos discriminatorios y opresivos contra la comunidad sorda. Pero, aunque podemos comprender los sentimientos y ser empáticos con las personas sordas, no somos sordos, por lo que no sentimos como ellos ni podemos actuar como si fuéramos sus representantes. Nuestro privilegio es escucharles y asistirles en el proceso de comunicar sus puntos de vista a la población oyente.
Sin embargo, en ocasiones usamos nuestro privilegio de escuchar y aprender la lengua de señas para nuestro propio beneficio. Este es el caso de las dinámicas que se observan en redes sociales. Aunque las redes pueden ayudar a promocionar eventos inclusivos o el servicio de interpretación, con demasiada frecuencia los señantes las usan para compartir su propio contenido, promocionarse a sí mismos y emplear estrategias que aumenten la cantidad de público, seguidores, “likes” y “shares”.
Tales dinámicas ejercen una opresión que no por sutil, es menos dañina. Conocer la lengua de señas sin ninguna o con muy escasa interacción con la comunidad sorda ignora su historia y experiencias vividas, lo que socava nuestro mejor desempeño como aliados. Así, fomentamos y somos partícipes de la profundización del trauma colectivo e histórico que ha sufrido la comunidad sorda por parte de la comunidad mayoritaria (oyente).
La lengua de señas está entrelazada con la cultura e historia de la comunidad sorda a nivel mundial, razón por la cual muchos sordos defienden su uso apropiado y denuncian su injusta apropiación lingüística y cultural. En redes sociales, varios sordos han difundido videos expresándose sobre el uso de la lengua de señas para beneficio unilateral: la exposición masiva y la retribución económica destinada a la persona oyente. Se desplaza así la oportunidad de empleo para el sordo como maestro de su lengua.
Otras denuncias conciernen el uso de la lengua de señas para acaparar atención sobre el contenido que está divulgando la persona oyente en sus redes. A menudo, se difunden incluso señas erróneas. Debemos crear conciencia sobre estos asuntos para evitar ser propulsores de un daño histórico y perpetuar prácticas audistas u opresivas.
En contraste, podemos utilizar la destreza que hemos aprendido para convertirnos en intérpretes cualificados que faciliten y multipliquen los servicios en ambas comunidades, manteniéndonos siempre en conexión y alianza con la comunidad sorda, con sus necesidades y deseos.
Cuestionemos y reflexionemos constantemente sobre nuestras acciones y decisiones. ¿Quiénes realmente se benefician y se perjudican con una y otra acción o inacción? ¿Quiénes deseamos ser en las vidas de la comunidad sorda? ¿Cómo ejercemos el verdadero rol de aliado? ¿Cómo evitamos ser el foco de toda conversación?
No debemos proclamarnos líderes o defensores de dicha comunidad. Las personas sordas hablan y se defienden por sí mismas. Sus derechos, su lucha, su historia, su vida y su empoderamiento están en sus manos, no en las de otros. Un verdadero aliado reconoce su lugar. Requiere valentía, transparencia, modestia y disciplina profesional.