El planeta nos está pasando factura. Está cambiando como resultado de la crisis climática provocada por la explotación de los recursos naturales y el uso de combustibles fósiles, por la avaricia y virulencia de un sistema capitalista caníbal y criminal. Sin duda, sus efectos se han hecho sentir de manera contundente y devastadora: huracanes, ciclones y tifones más fuertes y frecuentes. Atestiguamos prácticamente a diario la desaparición de cayos, islas y áreas costeras. Vemos arder la Amazonia, los campos y la biodiversidad de Congo y Angola; miramos impávidos cómo se derriten los polos y se deforesta a Haití y Colombia.
Parece como si todos fuéramos caminantes detenidos frente al abismo inevitable y bajo un mar de nubes tóxicas, antes del último salto.
¿Por qué ocurre esta crisis climática? Una explicación técnica atribuye las emisiones de gases invernaderos a un aumento en la temperatura del planeta. Esto, a su vez, contribuye a los otros efectos de la crisis climático, como lo es el aumento en niveles del mar, causado por el derretimiento de los polos, llevando a la erosión costera y la pérdida de áreas costeras. Se espera que, para mitad de siglo, el Ártico esté libre de hielo durante el verano y que, para el 2100, el nivel del mar aumente hasta unos cuatro pies. Además, el calentamiento de la superficie de los océanos aporta a la intensificación más rápida de fenómenos atmosféricos como los eventos ciclónicos—es decir, tormentas y huracanes.
Esta explicación, claro, es correcta. Pero es importante adentrarse en cuanto a qué o quién ha causado la emisión de estos gases y, por extensión, la crisis de la que hablamos. Un estudio publicado en el 2017 identifica a unas 100 empresas energéticas como las responsables del 71% de emisiones industriales; las 15 corporaciones de alimentos y bebidas más grandes en los Estados Unidos (a su vez el segundo país en el mundo en emisiones de dióxido de carbono) generan 630 millones de toneladas métricas de gases invernaderos al año.
Se ve una ironía sutil en el hecho de que muchas de estas corporaciones son las mismas que mercadean productos “verdes” o ecoamigables para lucrarse de la crisis que ellas mismas han causado. Esta ironía se vuelve amarga, si no lo era ya, cuando nuestro “mainstream” le coloca la culpa al individuo por la crisis climática, exigiéndole que adapte su estilo de vida de maneras que apenas logre amortiguar esta crisis. Es decir, con lo importante y válido que sea tomar acción a nivel individual, con renunciar a los sorbetos plásticos y volvernos veganos no hacemos mucho para combatir la explotación capitalista de los recursos de nuestro planeta.
De aquí surge la necesidad de un movimiento de base para abolir el sistema capitalista que ha permitido tanta explotación, sobre todo de las comunidades más marginadas y vulnerables. Debe ser un movimiento multitudinario y diverso—porque la crisis climática nos afecta a todes, pero aún más a estas comunidades—liderado precisamente por las comunidades a las cuales se les ha negado, por lo regular de forma violenta, tener voz y representación en las decisiones de política pública. El movimiento por la justicia climática debe ser liderado por gente pobre y trabajadora, por personas que, por su color de piel, género u orientación sexual, han sido perseguidas y reprimidas. Debe estar integrada por las comunidades indígenas que protegen la biodiversidad de nuestro planeta. Tendrá que nutrirse de las voces jóvenes que han crecido en un mundo que les destruyen. A fin de cuenta, les jóvenes cargaremos con el peso mayor del cambio climático y sus efectos, tendremos que buscar cómo paliar el entuerto heredado y asumir la responsabilidad de crear mejores condiciones de vida para otras generaciones. Es importante reconocer la importancia y relevancia de nuestras voces.
En el caso de Puerto Rico, el cambio climático nos ha afectado de manera muy particular. Nuestro estatus colonial ha agravado los efectos que este fenómeno manifiesta sobre nosotros: el colonialismo es la sal al tajo que es esta crisis. La colonia llevó el país a la pobreza, permitió la especulación con terrenos protegidos para cederlos al desarrollo comercial privado; entregó terrenos agrícolas para la construcción de más carreteras y el paso de los autos. Permitió que en una isla a merced del mar y el tiempo se sembrara cemento y varillas encima del agua.
Tras el paso del huracán María, la ineficiencia y negligencia de entidades nacionales y federales pusieron en riesgo millones de vidas. Mientras, la Ley Jones imposibilitó que recibiéramos ayuda de cualquier país que no fuera Estados Unidos. Hoy en día, de unos 42 mil millones que se nos fueron asignados por el Congreso federal, hemos recibido solo 14.7 mil millones de dólares en fondos federales para la reconstrucción. Los daños estimados de María aproximan los 90 mil millones de dólares.
Mirando a las Islas Vírgenes de Estados Unidos, uno apenas sabe del impacto que María tuvo en ellas, mucho menos la respuesta de desastre que recibieron. La biodiversidad que rodea a Guam se está viendo afectada gravemente por la muerte y blanqueamiento de los corales que rodean la isla. El aumento en el nivel del mar pone en riesgo las fuentes de agua dulce en Samoa Americana y Guam, mientras que la erosión costera afecta tanto a las Islas Mariana del Norte como virtualmente todas las áreas costeras del mundo. Sin embargo, uno apenas escucha o lee sobre esto en medios tradicionales.
No sería absurdo decir que el colonialismo invisibiliza países en el escenario global. Para que realmente podamos comenzar a combatir los efectos de la crisis climática en Puerto Rico, las Islas Vírgenes, Guam, Samoa Americana y las Islas Mariana del Norte se nos hace necesaria la descolonización y la creación de proyectos de país que integren velar por el bien común y la naturaleza.
Debemos ser el cambio que queremos ver. Es hora de crear un nuevo sistema que trabaje por nosotres y responsabilice a quienes causaron la crisis climática. No basta con reformar este sistema capitalista y ponerle nombre y apellido, como capitalismo humano o verde. No basta con adoptar medidas como un impuesto sobre el carbono, una medida que, de hecho, sube los costos de gasolina y luz para las personas más pobres y hace nada para reducir las emisiones de gases invernaderos. No podemos ser quienes breguemos con la mayor parte de acabar con esta crisis, porque no somos quienes la causamos.
Las expresiones vertidas en este escrito no necesariamente representan el sentir de Pulso Estudiantil.
MPFM