Por: Neftalí Sánchez Cordero
La candidata al senado por acumulación, Joanne Rodríguez Veve, ha sido portavoz de la postura institucional del partido Proyecto Dignidad, particularmente sobre la enseñanza del tema de la perspectiva de género en las escuelas públicas. La candidata ha abordado y limitado la discusión a ser una “meramente” ideológica, o como puntualizó en unas expresiones en la radio recientemente “que la perspectiva de género es programar mentes”.
Rodríguez Veve ha sido reduccionista sobre el tema en circunstancias en las que la violencia de género contra la mujer es habitual y normalizada en muchos contextos cotidianos, invisibilizando esas situaciones dentro de una realidad social de impunidad sistemática y violencia.
Dentro de sus argumentos, la candidata plantea el respaldo a la equidad de género, restringiendo la discusión a un asunto de igualdad que se resuelve con la pretensión de que todos somos iguales en un contexto social de desigualdad.
Al momento, no hay ninguna contrapropuesta para atender la situación colectiva de violencia de género en el país por parte del partido ni de la candidata (no aparece en ninguna plataforma).
La candidata y el partido han descalificado toda la literatura académica sobre la perspectiva de género como “no científica ni objetiva”, apoyándose en la retórica de salvaguardar los valores familiares desde la tradición, y sin ningún interés en validar todo el proceso histórico y académico que se ha entretejido en el Departamento de Educación desde el 2008. Les dejo un ejemplo del manual realizado para las escuelas elementales.
A su vez, ha consignado dentro de ese planteamiento que, quienes promueven la perspectiva de género, ejercen un carácter totalitario, atribuyéndole a quienes difieren de su criterio la condición de dogmáticos, por ser categóricos en la exposición de sus planteamientos.
La violencia no se puede tomar con café ni con paciencia. Estamos hablando de educar para prevenir —metodológicamente— los hechos de violencia de género que se viven a diario en las familias, escuelas, centros de trabajo, espacios públicos y en las comunidades.
El partido Proyecto Dignidad ha insinuado que la perspectiva de género es una agenda para adoctrinar a los estudiantes del sistema público. También, insinúa que dicha perspectiva de género estaría interviniendo en la crianza y valores del contexto familiar. ¿Acaso el sector religioso no ha ejercido ese carácter totalitario al intervenir en la realidad plural del país?
A su vez, en sus argumentos, el partido siempre plantea un sistema dicotómico para abordar la realidad. Por ejemplo, el mundo “secular” contra el mundo “eclesiástico”. Enunciar esto no deslegitima su fe o práctica religiosa. Al contrario, valida que sus argumentos parten de la experiencia autorreferencial de intervenir en la realidad, fuera y dentro de su práctica religiosa.
Partir desde una experiencia tan categórica agrava la desinformación colectiva sobre el tema de violencia de género; aborda el tema desde una óptica parcializada, como ha caracterizado a ciertas comunidades religiosas; antagoniza la discusión a favor o en contra de la perspectiva de género; y minimiza la emergencia nacional que viven a diario las mujeres puertorriqueñas, como lo pueden ser las mujeres inmigrantes o mujeres trans.
Ahora bien, la discusión pública latente me convoca como maestro —presente— para contrarrestar toda la desinformación planteada.
Busco visibilizar que la perspectiva de género busca desde la experiencia educativa constituir una metodología y utilizar mecanismos que permiten identificar, cuestionar la discriminación, la desigualdad y, sobre todo, denunciar la exclusión de las mujeres.
Asimismo, es necesario desinstalar del proceso educativo la justificación (ortodoxa) que plantea a las diferencias biológicas entre mujeres y hombres validan las acciones que deben emprenderse para actuar sobre los factores de género. Es decir, la perspectiva de género en el proceso educativo busca crear las condiciones de cambio que permitan avanzar a la sociedad en la construcción de la igualdad de género.
La educación busca, fundamentalmente, crear ciudadanxs de conciencia, ejercitar el valor máximo de la dignidad humana, el respeto, y el pensamiento crítico para enfrentar un mundo de narrativas perpetradoras, castrantes y que condicionan la experiencia humana a un rol, género, o posibilidad de un futuro —condicionado— por la desigualdad de clases.
La perspectiva de género que se promueve no busca condicionar o intervenir en la orientación sexual o de género de los estudiantes, busca integrarlos a una realidad social compleja, fuera del pensamiento binario.
La perspectiva de género ayuda a comprender más la realidad de las mujeres, como la de los hombres y las relaciones que se dan entre ambos. Este enfoque cuestiona los estereotipos con los que somos educados culturalmente, posibilitando elaborar nuevos contenidos de socialización y relación entre los seres humanos, desde la dignidad humana.
El país busca conciliar las múltiples realidades, de modo que las personas puedan relacionarse en la vida colectiva practicando la dignidad humana y, no como proyecto, sino ejerciéndola como práctica de país, en la diversidad, en la afirmación que el país pertenece a muchos y muchas, no solo a un sector que solo es receptivo y empático con quienes comparten su visión de país.
Pues, la dignidad no es un criterio, ni es un proyecto; es la práctica de reconocer al “otro” distinto a mí, como yo, y viceversa; el valor inherente que tienen todxs de ser partícipes de la vida colectiva sin exclusión ni desigualdad.
No hay dignidad en justificar la opresión de los demás, usando el nombre de Dios para atribuirle un carácter de verdad absoluta a posturas alimentadas por la interpretación religiosa, desalineadas de la diversidad colectiva, presente.
Hoy por hoy, ya no tenemos que acomodarnos a las narrativas que intervienen en nuestra realidad para sostener las mismas condiciones sociales que venimos tolerando desde siempre.
La ultraderecha religiosa es la misma que no pide consenso con sus criterios, y son cómplices con su indiferencia de la violencia, la misma que perpetúan y reproducen con narrativas religiosas sobre la mujer como “mercancía”. ¿Acaso condicionan el rol de la mujer? ¡Sí!
Aquí, allá, lo político es personal, y lo personal es político, pero la violencia de género es un mal social. La indiferencia planteada a este asunto por parte del partido Proyecto Dignidad nos debe alertar e invitar a participar en las urnas para respaldar a esos candidatxs que promueven un país inclusivo y con empatía social.
La dignidad no es un concepto para unos pocos, es para todxs.
Las expresiones vertidas en este escrito no necesariamente representan el sentir de Pulso Estudiantil