[Nota de la editora: esta es la segunda parte de un reportaje especial sobre dos historias de integrantes de la comunidad sorda en Puerto Rico]
Yarett Piñeiro Rodríguez no solo imparte cursos de lenguaje de señas en la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Ponce y fundó la organización sin fines de lucro Ok Sign!, sino que también comparte una historia similar a la de la oboísta Claudia Isabel Rivera Sánchez.
La microbióloga graduada del Recinto Universitario de Mayagüez de la UPR también es sorda y recibió terapia del habla, aunque su experiencia fue más compleja.
«Para poder recibir terapia, mi mamá me puso en una lista de espera entre miles del Departamento de Educación (DE). Entonces, mami decide buscar información y leer. Por decisión de ella, fue mi terapista por 13 años. Hasta que un día, el DE llamó para evaluación y terapia a mis 14 años», recordó.
Piñeiro Rodríguez relató que, en la universidad, tuvo tres intérpretes distintos antes de encontrar uno que tuviese el conocimiento especializado en ciencias y matemáticas, y suavizó las dificultades de sus estudios subgraduados.
Aunque enfrentó innumerables retos, la microbióloga logró culminar su bachillerato, realizar estudios graduados, estudiar en el exterior, certificarse como intérprete médico y educativo en Estados Unidos, y, actualmente, estudia una Maestría en Neurociencia Educativa y dirige Advancement in Sign Language Education & Services (ASLES).
No obstante, aún en sus estudios actuales, la intérprete enfrenta problemas de accesibilidad ante la crisis de salud pública provocada por el COVID-19, enfermedad que desató una pandemia, y ha llevado a la implementación de cuarentenas en alrededor de 200 países.
«Con esta situación del COVID-19, las clases son a distancia, y no tengo los acomodos razonables. No entiendo nada. Esta situación evidencia, una vez más, la falta de un plan para atender a las personas sordas y sordos ciegos ante una emergencia”, lamentó Piñeiro Rodríguez.
Dificultades fuera de la academia
A muchas personas de la comunidad Sorda se les complica realizar actividades que son cotidianas para las personas oyentes como, por ejemplo, ir a una cita médica, ver las noticias y salir a hacer compras. Se les dificulta tener autonomía cuando no pueden comunicarse sin que haya un intermediario.
Ante esta dificultad, muchas personas sordas se ven en la disyuntiva de utilizar audífonos y recibir terapia del habla. La comunidad Sorda aboga para que el lenguaje de señas puertorriqueño sea de conocimiento común, y que las personas oyentes se esfuercen al comunicarse con las personas sordas.
«Es la vía más fácil para el oyente; tratar de encajar su visión en la nuestra, cuando son dos realidades completamente diferentes. Mientras la sociedad siga en el intento de querer cambiar nuestra identidad, seguirá siendo opresora», compartió la estudiante graduada, quien es sorda profunda de nacimiento.
Los retos de audición que enfrentan los miembros de esta comunidad varían entre sí. La pérdida auditiva se mide a través de decibelios en el umbral auditivo humano. Una persona oyente puede escuchar sonidos menores de 20 decibelios, mientras que, para una persona sorda severa, deben colocarse entre los 70 y 90 decibelios para ser percibidos. Para las sordas profundas, deben superar los 90 decibelios.
Las personas sordas enfrentan retos en las oficinas gubernamentales, tiendas, hospitales, y en prácticamente cualquier entorno que requiera comunicación donde no haya al menos dos personas que puedan comunicarse en lenguaje de señas.
En el caso de una persona que lea labios y se comunique con sus cuerdas vocales, no es completamente necesaria la presencia de un intérprete, pero la mayoría de las personas sordas no pueden comunicar utilizando estas técnicas aprendidas a través de la terapia del habla. Asimismo, la comunicación en lenguaje de señas valida y respeta la identidad de la persona sorda.