Por: Aurora Carlota Rivera Charneco (ella), estudiante de Drama UPRRP
Alguien le dijo a mi abuela que para espantar cucarachas se podía usar clavo y hojas de laurel. Por eso no me sorprendió encontrar un clavito en la esquina de la gaveta donde guarda sus cucharas antiguas. La cucaracha es un insecto que sobrevive a las bombas nucleares, pero no al espray Raid ─pretenden escabullirse entre platos, vasos y pies hasta que terminan aplastadas y envenenadas─. Cuando la cucaracha entra a una casa humana provoca miedo y asco, pero cuando una cucaracha entra a un cuerpo humanx es narrativa poética puesta en escena.
La pieza Masa Crujiente, dirigida por la profesora de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Viveca Vázquez, está inundada de una plaga que habla y nos cuenta a través de movimientos sugestivos y frases precisas articuladas con intensidad. El trabajo coreográfico de Daniela Román, Mariela Torres, Viviana Calderón, Kairiana Núñez, Pó Rodil y Teresa Hernández pareciera ser improvisado, pero fue calculado estrepitosamente. Surge de la espontaneidad del teatro, donde las cosas se ensayan repetidamente, sin finalidad de que queden igual a como empezaron. Se ha juntado la masa que cruje debajo de las gavetas de madera. Por ahí se mueven los seres que no ves, hasta que los ves, y cuando lo haces, su destino es pronunciado en palabra: aniquilación.
El trabajo es convertirse en cucaracha sin serlo ni hacerlo. El cuerpo de les artistas se manifiesta en detalles que sugieren una reencarnación en múltiples estados del ser insecto en el ser humanx: el acecho, el escondite, el miedo a caer, y el escape (de tener la suerte). Al trabajo interpretativo del cuerpo le sumaron objetos, como patinetas que trabajaban la escabullida inmediata de las cucarachas y un pedazo de madera en función de cama ─es su hogar─.
El montaje presentado en el Teatro Julia de Burgos de la UPR Recinto de Río Piedras crea unas composiciones e imágenes tan cautivadoras como desesperantes. Trabajan el vértigo en una serie de movimientos, en los cuales el patrón circulaba alrededor de trepar a unx en avioncito (con las piernas en pelvis) y subirlas -ahí quedaban en una altura amenazante por varios minutos- luego bajar y volverse a subir, así en repetición desde ese mismo recogido en avioncito. En ocasiones, la acción de subir se queda incompleta, dejándonos en un estado de incertidumbre, abriendo paso al suspenso. Esto se aprecia bajo una decisiva pausa y control de movimiento en los cuerpos. Como cuando se congela antes de un momento cumbre, ¿se pausa ante el miedo, ante lo que aún no ha pasado? ¿Es ahí donde converge(mos) con el mundo de las cucarachas?
No nos cuentan la historia desde una narrativa secuencial, y dudo si incluso existe una narrativa, o si tan solo son cucarachas chimpilineando en cuerpxs que producen sonidos formadas en frases rítmicas que evocan sensaciones crujientes. Tampoco es una cosa de buscarle las dos antenas a la cucaracha, sino de apreciar lo que fue puesto, en el momento que está siendo presentado. Me evocó las ganas de bailar junto a las cucarachas, sentir las múltiples muertes que viven en el eterno estado de reencarnación: ser machacadas, ser crujidas, ser abominadas, maltratadas, maldecidas e incluso aerosolizadas. ¿Seremos todxs cucarachas?
Mi abuela seguirá usando su remedio casero, la cucaracha seguirá escabulléndose alrededor de ello. Masa Crujiente fue una maravilla de presenciar -presencialmente- una transformación del espacio inmediato de la realidad, así como es el teatro…