El viernes negro trajo un nuevo reto, este año, para los asociados de venta. No solo debíamos preocuparnos por mantener la tienda recogida y brindar un servicio óptimo, sino también procurar que los visitantes cumplieran con las medidas de prevención del COVID-19.
Asegurar que los clientes se apliquen antibacterial en la entrada, tengan sus mascarillas bien colocadas, observen distanciamiento social en las filas, no entren con bebidas y que no se midan la ropa ha sido parte de nuestras tareas desde que comenzó la pandemia. Los consumidores frecuentes deben estar acostumbrados a estas reglas, pero esa no ha sido la experiencia que hemos presenciado.
Mientras recogía la ropa del suelo, me percaté que un cliente tenía su mascarilla mal colocada. Con mucho respeto, le indiqué que debe estar por encima de su nariz. Una vez más, aguanté la falta de tolerancia de un cliente que, con actitud, explicó: “Es que no puedo respirar bien con la mascarilla”.
Insultos, palabras soeces, burlas, discusiones, actitudes y malas miradas han sido nuestra recompensa por intentar mantener a salvo del virus al cliente, y a nosotros, los empleados.
Los casos y los decesos continúan aumentando, pero el gran tráfico que recibimos en las tiendas ha demostrado la falta de cautela con el virus.
Este año, el estrés que trae la venta del madrugador no provenía del desorden que se forman en las tiendas; venía de sentir que nos encontrábamos en un foco de contagio.
La clientela en el viernes negro fue menor que la de años pasados, pero el negarse a usar el antibacterial y la mascarilla asemejaba la circulación de personas a una de magnitud similar en años anteriores.
Tuvimos miedo a ser contagiados, a infectar a nuestros familiares, a que la falta de tolerancia y respeto de los clientes llegara a una agresión física tras indicarles que la tienda está en máxima capacidad.
“No puedo respirar bien con la mascarilla”, ha sido la excusa principal del consumidor para no colocarse la mascarilla adecuadamente; este pretexto provoca enojo en los empleados porque a nosotros también se nos dificulta respirar, pero nos mantenemos con ella bien puesta durante los turnos de 5 u 8 horas.
“Dama, yo tampoco puedo respirar bien con la mascarilla. Por lo menos usted tiene la opción de no venir a las tiendas para no pasar por este problema, yo no tengo esa opción”, le indiqué, molesta y decepcionada con su comentario.
Anhelo ver más solidaridad con las personas que, como yo, no tenemos la opción de quedarnos en nuestras casas para protegernos del COVID-19.
No podemos olvidar las medidas de prevención. La mascarilla, el antibacterial y el distanciamiento es nuestro nuevo normal. Recordemos que para paralizar el virus, tenemos que hacerlo juntos.