Por: Malena Vargas Sáez
Con solo poner la mirada sobre alguien se pasa jucio sobre su género, sexo y hasta la edad. Desde antes de una interacción, se le priva a la persona el gusto de nombrarse como desea. En una era en que la juventud lucha por visibilizar su diversidad y romper con la homogeneidad, dos estudiantes universitarios y una profesora reflexionaron en cómo los salones de clases pueden convertirse en espacios de deconstrucción y, a la vez de aceptación y validación para personas que no se conforman con estereotipos del género.
Rodríguez, quien quiso reservar su nombre de nacimiento, es estudiante de tercer año en la Universidad de Puerto Rico (UPR) Recinto de Río Piedras. Como muchos jóvenes, se encuentra en un proceso de cuestionamiento y exploración de su género.
La estudiante de Química describió las interacciones en clases virtuales como impersonales, lo que según ella, ofrece poco espacio para abordar dinámicas que promuevan el uso del lenguaje inclusivo y preguntar por pronombres en lugar de presumir la identidad del alumno, algo que le permitiría navegar su identidad. Podría ser por miedo o por mero desinterés en crear un ambiente de inclusión, analizó.
Rodríguez tomó unos segundos para pensar y confesó que “en las clases que he cogido hasta el sol de hoy, nadie ha preguntado por pronombres… ni los profesores ni los estudiantes”.
“Aunque tuve una profesora de humanidades en mi primer año universitario, no usaba lenguaje inclusivo, pero sí trataba de no usar términos binarios… Pero las palabras que se usan para generalizar son masculinas o femeninas comoquiera, porque claro, así es el español. Pero se notaba que trataba,” añadió Rodríguez.
La estudiante entiende que el hecho de que el profesorado tome posturas sobre la identidad de sus estudiantes, partiendo de si se presentan de forma masculina o femenina es un gran problema.
Al cabo de unos días, al comienzo de este nuevo semestre de agosto, el panorama tomó un giro inesperado para Rodríguez. Con un aire de alivio contó que justo al final de su primera clase, su profesora abrió un espacio para que alumnos compartieran sus nombres y atribuciones de preferencia.
“(Esto) es algo que me enorgullece… Me hizo feliz y cómode… porque derrota un temor dentro de mi. El que le den prioridad a eso y traten de evitar sentimientos incómodos, crea un ambiente (agradable) y te hace sentir que puedes confiar en esta profesora,” reflexionó Rodríguez.
Acción desde el privilegio
Mientras tanto, une estudiante de Fotografía y Artes Visuales en la Universidad del Sagrado Corazón (USC), Ada Román Cabrera, expresó que todavía le faltaba participar de una dinámica como esta en clase. Aun así, resaltó la importancia de evitar presumir sobre la identidad de sus compañeres, especialmente si viene desde el privilegio cis género.
Por esto, a Román Cabrera le pareció imprescindible que personas cis apoyen el uso del lenguaje inclusivo para poco a poco mermar el estigma que aun conlleva.
“Creo que eso es bien clave, […] ser cis tiene su privilegio y nadie te va a cuestionar en ningún momento tus pronombres ni te van a misgender a propósito como muchos hacen. (Por lo tanto) al momento que una persona cis incluya (el lenguaje inclusivo a su vocabulario) ayuda a que una persona no binaria o trans o que simplemente se identifique con otros pronombres se sienta más comode de poder expresarse como tiene todo el derecho de hacer”, aseveró Román Cabrera.
Le estudiante además compartió que a pesar del poco uso del lenguaje inclusivo en espacios universitarios, ha tenido clases en que se dialoga sobre la importancia de utilizarlo “en la universidad y en el mundo laboral”.
Por su parte, la doctora en género y sexualidad humana Teresa Gracia, al interrogarle si existe el privilegio cis en el lenguaje, exclamó un “¡pues claro!”.
Entones, abundó Gracia que “el problema con el privilegio cis, es que ‘yo me doy (la libertad) para definir las normas y cómo la gente lleva su vida’. Las creencias religiosas están muy arraigadas a la cis normatividad y el lenguaje lo valida, lo avala.”
Crear espacios seguros
Por tal razón, la profesora de psicología de género, quien imparte enseñanza en la UPR y en la USC, se describió como democrática e inclusiva en el salón de clases “reconociendo la diversidad del sujeto”. Reiteró que la neutralidad no existe, cuando se trata del uso del lenguaje y validar la experiencia de algún estudiante a través de él.
Como profesora, Gracia recalcó, que es su deber establecer y asegurar cómo cada persona en un salón de clases se relaciona a base del respeto a la diversidad y “el reconocimiento de la complejidad del ser humano”. Esto incluye autentificar cómo una persona desea ser nombrada, aunque otro nombre aparezca en la lista de asistencia.
“Cuando las personas se nombran ,” explicó la profesora, “están apoderándose de esto y se posicionan de forma política (ante la homogeneidad del género y del lenguaje binario). El usar los pronombres también implica ser político porque el lenguaje es opresor.”
“¿Qué te quita que el estudiante quiera llamarse de cierta manera?”, interrogó Gracia, refiriéndose a docentes que se rehúsan a utilizar los nombres preferidos de algún alumno.
“Creo que es importante crear espacios seguros (como profesora). Es todo un proceso colaborativo y compartido, de crear relaciones más simétricas,” puntualizó la doctora.
Gracia reiteró que la negación a la inclusividad y el respeto a las diversas identidades en el salón de clases, como en otros espacios por igual, se le atribuye gran parte a la desinformación sobre la perspectiva de género. La profesora concluyó que el ataque constante a todo lo que no cae en el binario es un efecto directo de la carencia de una educación abierta.