El Departamento de Drama de la Universidad de Puerto Rico (UPR) Recinto de Río Piedras llenó el Teatro Julia de Burgos en su quinta función de “Litoral’’, una obra escrita por el canadiense Wajdi Mouawad.
Al entrar, es evidente que la obra ha comenzado, aunque los espectadores no han terminado de sentarse. Unos aullidos intercalados son parte del ambiente frío del teatro.
El camino a los asientos se adorna por marcos negros de madera. Unas velas pequeñas se encuentran esparcidas en el suelo. Los aullidos continúan.
Al caminar, hay entre ocho y diez personas corriendo en lugar y andando de un lugar a otro. Sus caras muestran concentración total dentro del caos.
En el medio, una mesa toma distintas formas: primero, una mesa de morgue; luego, tarima sobre la que un hombre brinca y se balancea, mientras otros aguantan la mesa y dan vueltas con ella. Se escuchan los pasos frenéticos de los actores, y los movimientos bruscos de la escenografía.
Las luces asemejan niebla, y la tarima está adornada con marcos de metal que se transforman en cámaras y otros objetos en distintas escenas. Al fondo, hay más marcos que forman ventanas de plástico, y unas sillas alineadas en una fila.
Un hombre cubierto de armadura agarra una soga amarrada del techo, y, próximamente, todos los actores la sujetan. Instan a uno de los actores, quien ahora está trepado en la soga, a que se tire.
El caos en la dinámica inicial culmina con ese mismo hombre, en el centro de la tarima, presentándose ante un juez. Su dicción es rápida, marcada, y nerviosa.
Su testimonio se interrumpe por un equipo de rodaje caótico que, ahora, le está dando dirección para la próxima escena de su vida. Los objetos cotidianos o pocos convencionales se transforman en cámaras, micrófonos, y otros objetos. Todos rodean al protagonista, Wilfrid, invitándolo a continuar y seguir la dirección del equipo.
El protagonista, un hombre joven, delgado y de cabello largo, busca enterrar a su padre en su tierra natal, ya que considera que sería lo justo para su eterno descanso. A su vez, cree que conseguirá parte de sí mismo al honrar a su progenitor. El viaje, además, gira en torno a la búsqueda de su propia identidad.
Wilfrid revive su experiencia del juicio. Un hombre, que solo habla inglés, entra en escena y se sienta a masturbarse. Gemidos y sonidos que aluden a actos sexuales rellenan el teatro, hasta que un actor entra en escena, y mata al hombre en la silla. Luego, se revela que el ataque solo resulta ser la imaginación de Wilfrid.
Ese actor interpreta a un caballero llamado Guiromelan, quien acompaña, de forma invisible hacia los demás, al protagonista durante la pieza. Lo defiende, e intenta inspirarlo a ser más valiente y tomar más riesgos para crecer como persona. Incluso, interrumpe el flujo de las escenas y mata a los personajes que le causan frustración o dolor al protagonista, aunque luego resulta que son momentos imaginarios. En fin, quiere que Wilfrid crezca como persona.
‘’Con mi personaje gocé, lloré y reí un montón. Creo que el reto más grande era el que (yo) siempre estaba presente pero ningún otro personaje, excepto Wilfrid y el papá, me podían ver’’, expresó Pó Rodil, actor que interpretó a Guiromelan, acerca de su experiencia con su personaje.
Los sueños se entretejen en la realidad de Wilfrid, y su noción de lo que es cierto y lo que no lo es queda difuminado. Los sintetizadores en la música del fondo, durante toda la obra, aluden al mundo surreal, hecho de sueños y fantasmas aterrantes que Wilfrid habita. La obra ilustra cada uno de sus miedos en escenas que, a pesar de ser representadas sobre la tarima, solo son metáforas.
El testimonio del joven retorna a la búsqueda por un entierro con sus familiares de lado materno. La melodramática familia de Wilfrid discutía acerca del entierro de su padre difunto mientras que el olor de los cigarrillos llenaba el lado izquierdo de la tarima.
La inestabilidad emocional de la mayoría de los personajes recurre durante toda la obra en la morgue, en la casa funeraria, en el país natal de su padre y en su familia.
La segunda mitad de la obra comienza con un hombre moviéndose sobre una soga pegada al techo mientras fuma. Todo el escenario está cubierto de humo. Unas luces rojas y azules cubren al actor, quien ahora carga sobre su rostro unos ojos blancos y ovalados, semejantes a gafas protectoras.
Las canciones de una actriz rellenan el teatro durante la conversación del hombre misterioso con el protagonista. Ella canta porque cree en el futuro del país, y quiere que las historias de la gente sean contadas. Su voz, fuerte y resonante, viaja con tonos graves por el teatro completo.
El protagonista descubre que la guerra ha dejado poca esperanza en la gente que conocían a su padre. Aún no logra conseguir un lugar digno para el entierro, pero el tono se mantiene jocoso por las conversaciones que Wilfrid sostiene con el cadáver de su padre, quien aún le habla.
Así, Wilfrid anda acompañado el resto de la obra por el Caballero Guiromelan, el cadáver de su padre, quien aún le habla, y, luego, un grupo de ciudadanos preocupados por el futuro de su país.
La compueblana que amaba cantar, Simone, se une a la búsqueda de Wilfrid, esperando encontrar a alguien que haya escuchado sus cantos diarios hacia los montes.
A medida que transcurren las próximas escenas, varios jóvenes conocen a Wilfrid y se integran a su compañía. Entre ellos, se encuentra un exsoldado que mató a su padre; un hombre sonriente que vio cómo asesinaron y torturaron a sus padres; una mujer que tampoco conoció a sus parientes, pero nunca detiene sus carcajadas chillantes; y una mujer que se ha obsesionado con memorizarse los nombres de los ciudadanos que quedaron tras la guerra para apuntarlos sobre un cuerpo relleno de directorios telefónicos de hace 25 años.
Todos han recibido cartas en botellas, se han escuchado uno a los otros a la distancia, o han interactuado de forma distante, creyendo que había esperanza en una juventud resiliente.
Ahora, la soga se convierte en automóvil o en camino de viaje para todos ellos, y según se desplazaban por el espacio haciendo sonidos de automóvil, Wilfrid concluye que no tiene identidad, y anhela tener una historia que contar. Mientras se desenvuelve en sus pláticas con el Caballero Guiromelan, lucha con la idea de no tener identidad por nunca conocer a su padre, quien lo abandonó, y a su madre, quien murió cuando parió.
La obra llega a su punto clímax cuando ocurre la reconciliación del protagonista con la muerte de su padre, a la vez que los compueblanos se acercaron a los marcos metálicos de plástico y los rellenaron con pinturas de color rojo, azul, y amarillo. Mientras, sus rostros lucen libres, y el protagonista encuentra un espacio para sanar.
Mientras tanto, Josephine, la que escribía y memorizaba los nombres de todos los ciudadanos en los directorios, se acerca al protagonista, y pide besarlo. A pesar de que inicialmente muestra confusión, accede, y ambos se besan mientras en el fondo se escucha un monólogo del padre difunto junto con el sonido de las olas del mar.
Cada uno de los amigos de Wilfrid reencuentra su trauma en el cadáver del padre. Al fondo, Wilfrid tiene un duelo con el caballero que lo ha acompañado imaginariamente durante la obra. Deciden partir caminos, pero como amigos eternos. Tras zumbar el cuerpo del padre de Wilfrid al mar, todos los actores bailan en la tarima. Saltan, y dan vueltas hasta caer sobre el suelo.
La guerra y los traumas dejan cicatrices inmedibles sobre las personas. En la búsqueda de identidad, pierden empatía por los demás, y a sí mismos. ‘’Litoral’’ presentó la posibilidad de sanar a través de la memoria y la conciencia colectiva.
«Ha sido un trabajo en equipo de mucho amor y entrega. El equipo de trabajo, también, fue súper entregado, y pues todo hizo que fuese una experiencia hermosa», concluyó Pó Rodil acerca de la dinámica del equipo detrás de ‘’Litoral’’.