“Qué importa los idiomas que se enseñen allí si la única lengua que se habla es la violencia secreta y sorda de la norma.”
– Un colegio para Alan, Paul B. Preciado
Los grupos fundamentalistas religiosos han argumentado durante décadas que su interés primordial es proteger a la niñez y su inocencia, mientras paralelamente defienden prácticas que deshumanizan, a través del maltrato, a los niños y niñas. No fue una excepción, por lo tanto, que la derrota del Proyecto del Senado 184 fuera en defensa de una premisa como“los padres deben encargarse de la crianza de sus hijos”; empero, ¿dónde se traza la línea entre libre crianza y la legalidad de la crueldad? Además, ¿quién protege a la niñez cuir?
Lo digo con los sentimientos a flor de piel, y con lágrimas en los ojos: creciendo como niña cuir, nadie me protegió. Recuerdo que existir era más simple cuando vivía en una burbuja y mi mayor miedo era dormir sola en las noches, sin la compañía de mamá. Hoy, viviendo en un país donde, para muchos grupos, es más importante perpetuar la norma y estilos de vida hegemónicos, temo por mi vida.
Aunque la constitución puertorriqueña no decreta que exista una religión oficial en la isla, en Puerto Rico, no hay tal cosa como la laicidad. Esta condición social llevó a que un partido fundamentalista religioso, también conocido como el partido Proyecto Dignidad, fuese fundado en 2019. Participó de las pasadas elecciones y logró movilizar casi 90 mil personas, constatando evidentemente que el extremismo religioso está impregnado en la cultura puertorriqueña. No existen barreras que separen la política de la religión, e igual ocurre en la disciplina de la medicina. Los discursos religiosos se insertan en lo cotidiano en nombre de la ‘‘salvación colectiva’’, pero ¿de qué colectivo se habla cuando amenazan y amedrentan, por la intimidación y la violencia, contra toda cuerpa disidente que no encaja dentro de la heteronorma resguardada por el fundamentalismo-conservador?
Precisamente, ese colectivo ampara a las personas cis —quienes se identifican con el género que fueron asignado al nacer—, heterosexuales y neurotípicas, mientras licencian psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales a la disposición de la agenda fundamentalista-conservadora con pluma en mano para recetar, como si fuéramos enfermos, un sinnúmero de patologizaciones. Entre estas, se destacan la institucionalización, la castración y terapias de choque electroconvulsivo que, históricamente, han suprimido y torturado a todas las posibles diversidades de género y sexuales que se escapen de la norma.
Era urgente, entonces, que en esta precisa coyuntura política se tomara posturas sobre el debate de las llamadas terapias de conversión y esfuerzos de la modificación de la orientación sexual, ya que cuando la vida y la dignidad humana están en peligro, mantener silencio es asumir el margen del opresor. Por lo tanto, los representantes José Luis Dalmau Santiago, Marially González Huertas y Javier Aponte Dalmau son igualmente culpables que todos los que votaron en contra del proyecto que pretendía ilegalizar dichas prácticas.
El Proyecto del Senado 184, presentado por los senadores y las senadoras José Vargas Vidot, Ana Irma Rivera Lassén, María de Lourdes Santiago Negrón y Rafael Bernabe Riefkohl, buscaba posicionarse a favor de la defensa de los derechos humanos de la comunidad LGBTQIA+ y de cada uno de los niños y niñas en Puerto Rico.
Aunque tenía imperfecciones que debían ser modificadas a través de enmiendas, definitivamente era un esfuerzo gestionado con intenciones de atajar una realidad que promueve violencia hacia la diversidad humana. Mientras tanto, prolongar la legalidad de estos métodos de tortura implicará una extensión de deshumanización, de invisibilización y amenaza, que puede finalizar en la muerte de personas que son igualmente seres merecedores de la vida en libertad.
Por su parte, Joanne Rodríguez Veve, senadora del partido Proyecto Dignidad, votó en contra del proyecto, tal y cómo plantea en su columna de El Nuevo Día Terapias de conversión: ¿quién discrimina contra quién? En este escrito, la senadora argumentó que la ley buscaba prohibir a aquellas personas que desean afirmarse en la identidad y orientación sexual que prefieran. Objetó, por tanto, que se está discriminando en contra de las personas cis y heterosexuales. Sin embargo, ante la marginación histórica que ha sufrido la comunidad LGBTQIA+, es inconcebible que una persona —que vive en un mundo de privilegios para sí— tenga la desfachatez de comparar la búsqueda de la equidad y el intento de paralizar prácticas de tortura con una supuesta marginación hacia las personas heterosexuales.
Vivimos en un mundo fielmente construido para perpetuar la heterosexualidad, que cercena la diversidad de género y sexual. Se trata de un sistema de valores que incluyó en 1952 y 1968 a la homosexualidad como trastorno mental, es decir, un diagnóstico que patologizó la existencia de miles. No hay espacio para tal comparación como la de Rodríguez Veve cuando en los medios se desbordan los testimonios de jóvenes sobrevivientes, sometidos a la supresión de sus identidades, que estuvieron al borde del suicidio. Al luchar para que se implementara el proyecto de ley, también recordamos y conmemoramos a les que ya no están como producto de estas prácticas.
En suma, la desinformación juega un papel muy crucial en este debate, y al igual que la propuesta de un currículo educativo con perspectiva de género, el Proyecto del Senado 184 se planteaba como diligencia inmediata de política pública en la defensa por la vida digna para todxs. No como lo querían plantear, en base a información falsa, los fundamentalistas religiosos que se insertan en espacios políticos para polarizar la opinión pública y poner a correr sus agendas. Es importante recalcar que Rubén Soto Rivera, Ramón Ruiz Nieves, Albert Torres Berrios, Ada García Montes, Wanda Soto Tolentino, Marissa Jiménez Santoni y Joanne Rodríguez Veve no son aliados de la niñez ni de la comunidad LGBTQIA+; creen en la tortura.
Como niña cuir que fui, y como mujer parte de la comunidad LGBTQIA+, doy testimonio que no encuentro espacio para mi multiplicidad en esta tierra, pero reconozco los esfuerzos en gestación y creo en la posibilidad del futuro que merecemos; un futuro que se desapega radicalmente de este presente repleto de aborrecimientos hacia nuestra existencia.
Las expresiones vertidas en esta columna no necesariamente representan el sentir de Pulso Estudiantil