Por: Ohel A. Soto Berríos
Desde su niñez, la vida de la doctora en arqueología marina Isabel Rivera Collazo estuvo íntimamente ligada a la naturaleza, puesto que creció en la finca El Coy, rodeada de cultivos de hierbas aromáticas, tomates y lechugas en el interior de la serranía de Cayey. Allí, en su hogar, fue educada por su padres, un agricultor y una licenciada en química.
Además de aprender de los libros de textos y cuadernos de matemáticas e historia, la joven estuvo en contacto directo con la flora y fauna que le rodeaba en su hogar. Con el tiempo, quiso estudiar en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), así que ingresó a la Escuela Miguel Meléndez Muñoz en Cayey para obtener un diploma de nivel secundario primero.
Sin embargo, su deseo de estudiar en la UPR de Río Piedras no surgió por un interés en la arqueología. Primero, fue amante del cine y la historia puertorriqueña, por lo que entró, en 1994, al Departamento de Drama de la UPR con intenciones de transmitir la historia nacional mediante filmes.
Después de un semestre, la doctora reconoció que la cinematografía y el teatro no eran adecuadas para su curiosidad histórica, y se transfirió al Departamento de Historia. En ese programa, tampoco se sintió satisfecha debido a las incógnitas presentes en el relato de la historia de Puerto Rico en aquel momento.
“Cuando cogí las clases de historia, básicamente nos enseñaban que todos los indígenas en Puerto Rico murieron después de 1493, luego que se fundó la colonia, y trajeron a los esclavos de África. Entonces, saltábamos hasta la invasión estadounidense y terminábamos con Luis Muñoz Marín”, dijo la doctora Rivera Collazo.
Ante su desilusión con los cursos de historia, la arqueóloga volvió a cambiarse de Facultad, al Departamento de Estudios Generales. Pese a esto, su tiempo en el programa tuvo sus provechos: tomó una clase con la historiadora y profesora Blanca G. Silvestrini Pacheco, quien fue la primera persona en demostrarle a Rivera Collazo que su interés podía ser antropológico.
Todavía sin saber cuál sería su ruta universitaria, aprovechó un programa de viajes estudiantiles para ir a Israel. Con siglos de historia antigua alrededor, hospedándose en un Kibutz, una comuna agrícola donde hacía pan y estudiaba hebreo, la doctora se entusiasmó por la arqueología.
Una historia de regresos a Puerto Rico
Nuevamente en Puerto Rico, la doctora tomó su primer curso de Antropología, un seminario de Arqueología Subacuática que impartió uno de los líderes en el campo, el doctor Jerome Lynn Hall. Como parte de la clase, Rivera Collazo presentó un libro sobre un barco hundido en Israel, escrito por otra figura importante de la arqueología marina, el doctor Shelley Wachsmann.
“Como venía de Israel, rápido escogí el libro para mi presentación, y, cuando la hice, a Jerome le gustó mucho. Entonces yo no sabía que él era amigo de Wachsmann, así que lo llamó para decirle que tenía que hablar conmigo, para llevarme a trabajar con él”.
En efecto, el doctor Wachsmann invitó a la joven arqueóloga a participar de una excavación en la laguna Tantura, en Israel, y aceptó rápidamente. Allí, además de obtener más experiencia de trabajo, Rivera Collazo supo del Programa de Civilizaciones Marítimas de la Universidad de Haifa, en Israel.
Entonces, aún más animada con la antropología, realizó un proyecto de investigación para graduarse del Departamento de Antropología de la UPR en el que registró las distintas construcciones nativas de embarcaciones en las costas de la isla.
Una vez se graduó en 1998, partió de nuevo a Israel, esta vez a la Universidad de Haifa para licenciarse como investigadora de civilizaciones marítimas. Aunque era un territorio familiar, la doctora Rivera Collazo tuvo que enfrentarse al desafío del lenguaje durante sus cursos.
“Yo había estudiado hebreo durante mi tiempo con Shelley, pero solo tenía un nivel como de segundo grado. Así que, después de la graduación en mayo, rápidamente partí hacia Israel para aprovechar el verano antes de comenzar la escuela graduada. Sin embargo, en la primera clase que cojo del doctorado la profesora hablaba muy rápido para mí, así que tomaba notas según lo que oía y en la noche me dedicaba a descifrarlas con un diccionario”, recordó la arqueóloga.
Para Rivera Collazo, el tiempo en Haifa fue muy importante en su formación porque pudo trabajar con dos de sus preocupaciones principales: el caribe y el comportamiento humano en respuesta al mar.
En Israel no pudo perseguir estas dos líneas de estudio, de modo que decidió regresar a Puerto Rico en el 2000, acompañada de su esposo e hija. De vuelta en la isla, Rivera Collazo trabajó con la arqueóloga Marisol Meléndez Maíz por dos años hasta que se unió al Consejo para la Protección del Patrimonio Arqueológico de Puerto Rico del Instituto de Cultura de Puerto Rico (ICP); en la entidad, trabajó junto a la arqueóloga Marisol Rodríguez Miranda, con quien todavía colabora.
Luego, la doctora trabajó, desde 2002 hasta 2005, en la digitalización del Inventario Nacional de Sitios Arqueológicos, pero concluyó su labor para convertirse en directora del Programa de Arqueología y Etnohistoria del ICP.
“Tengo la oportunidad de ser directora del programa y acepto, pero rápidamente me percato de que lo que hace falta para la arqueología puertorriqueña es profesionalización. No había programas doctorales en la isla para arqueólogos, así que tampoco había muchos doctores. Por eso me (fui) a cursar maestría y luego doctorado”, explicó.
Por su parte, la doctora renunció al puesto, después de un año, y comenzó sus estudios graduados en la University College London, donde se enfocó en la cultura y actividad humana asociada al mar. En la institución obtuvo una maestría en Paleoecología de Sociedades Humanas y un doctorado en Arqueología Ambiental.
“Estaba interesada en las personas más que en los objetos de la cultura marítima. Quería estudiar los paisajes antiguos debajo del agua. Con eso, quiero decir las tradiciones y formas de pensar relacionadas al mar”, detalló Rivera Collazo.
Con sus nuevos títulos, retornó en 2011 a Puerto Rico con su familia para trabajar como profesora de antropología en el recinto riopedrense de la UPR. Entre sus logros estuvo la gestión de un curso de Arqueología Subacuática, un laboratorio arqueológico y la mentoría de múltiples estudiantes que han emprendido sus propias carreras en la antropología.
Sin embargo, durante sus años de docencia en la isla no pudo conseguir que se implementara un programa graduado de arqueología. Dado que esta fue su meta desde su término como directora del Consejo de Arqueología del ICP, se trasladó al programa graduado del Departamento de Antropología y la Institución Scripps de Oceanografía en la Universidad de California San Diego (UCSD).
Actualmente, Rivera Collazo continúa en UCSD como directora del Centro Scripps de Arqueología Marina. A pesar de la distancia, la investigadora sigue comprometida con el entrenamiento de estudiantes puertorriqueños y la preservación de comunidades, más sitios arqueológicos en las costas de Puerto Rico.
Para la arqueóloga de Cayey es importante seguir preparando nuevos profesionales con las herramientas necesarias para resaltar nuestra identidad histórica.
Iniciativas de Arqueología Comunitaria en Puerto Rico
Con la convicción de que la arqueología no puede limitarse a científicos expertos solamente, Rivera Collazo decidió colaborar, junto a la doctora Jennifer Santos Hernández, con dos iniciativas que incluyen investigadores y miembros de comunidades costeras: Descendientes Unidos por la Naturaleza, Adaptación y Sustentabilidad (DUNAS) y Voces Emergentes, Costas Cambiantes.
Ambas empresas buscan investigar sitios arqueológicos en las comunidades de las costas para levantar conocimiento antiguo y proveer estrategias combatientes del cambio climático.
En el caso de DUNAS, proyecto con sede en la Hacienda la Esperanza en Manatí, los investigadores, voluntarios y habitantes de la región trabajan juntos en la preservación de los ecosistemas playeros.
Voces Emergentes, Costas Cambiantes es otra colaboración entre la UPR Río Piedras, Scripps y los residentes de tres zonas costeras de Puerto Rico. La iniciativa, financiada por la Haskell Indian Nations University, en Kansas, busca recoger cómo, a través de la historia, ecosistemas como los mangles respondían a cambios en el nivel del mar.
En vez de aplicar métodos ajenos al contexto y devenir histórico de las costas de Puerto Rico, este esfuerzo multisectorial busca usar el pasado autóctono para encarar los retos del presente.
Ante el actual deterioro del planeta por el cambio climático, la arqueóloga reconoce que la problemática es difícil de comprender debido a su magnitud global. Además, admite que el discurso popular sobre el cambio climático puede ser injusto para quienes deseen prevenirlo, pues invertir en recursos ecoamigables como las placas solares puede ser algo inaccesible.
Como alternativa, la arqueóloga apuesta a estudiar los restos de las antiguas poblaciones autóctonas, en las costas de Puerto Rico, para rescatar prácticas y conocimiento que adapten a las comunidades del hoy al cambio climático.
“Del pasado sí podemos aprender, más que nada, (de) las personas que han desafiado una y otra vez diferentes crisis”, concluyó Rivera Collazo.