Por: Ana Teresa Solá Riviere
Después de hacer todo lo posible para imitar un horario parecido al de un día común precuarentena, quedé igual de atrapada bajo el vapor caluroso que agobia a cualquiera. El encierro ha sido la nueva normalidad desde el 12 de marzo que la gobernadora Wanda Vázquez Garced proclamó un estado de emergencia ante la llegada confirmada del COVID-19 a Puerto Rico.
En vez de amanecer a las 8:00 de la mañana como planificado, empujo las frisas ya para las 10:00 a. m. Mis desayunos intercalan entre dos rebanadas de pan tostadas o revoltillo, siempre acompañada con café con leche en mi taza de Toronto.
No sé cómo, pero entro igual de tarde a las clases en línea. Para la 1:00 p. m., almuerzo algo y la tarde gotea hasta que llega la noche; a veces veo películas con mi hermana, una serie o aprovecho la energía nocturna para escribir. A pesar de toda la soledad, los días han sido soleados.
Este mes ha sido duro. Ya cuatro semanas después de que Vázquez Garced firmara la orden ejecutiva, el pueblo sigue bajo reglamentos de cierre total, ahora titulados bajo la Orden Ejecutiva 2020-033, que “establece la extensión del periodo de ‘lock down’ y toque de queda hasta el 3 de mayo”.
Como muchos, no celebré mi cumpleaños como me hubiese gustado, y no cumplo todas las tareas que me auto-asigno a diario. A veces no quiero hacer ejercicios o me tardo más de lo que pensé haciendo dos trabajos porque me cuesta enfocarme.
La compra grande del supermercado se estaba agotando y, a la vez, se me fue cerrando el apetito, satisfaciendome con meriendas como celery con mantequilla de maní, té, popcorn o jamón con queso.
Extrañé mucho caminar por el recinto y encontrarme con amistades; ahora los leo, no los veo. Son más que rostros digitalizados en mi pantalla o mensajes de texto. Ni quería abrir las redes sociales, me cansé de leer los mismos tweets o ver las mismas fotos.
Hay millones de personas igual o peor. La Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA) reportó el pasado lunes, 20 de abril, que recibió más de 3,000 llamadas, en dos días, a través de su Línea PAS (1-800-981-0023). Vivimos un tiempo donde lo único asegurado es la incertidumbre, y la ansiedad nos quiere consumir por dentro.
Sin embargo, se puede decir que hay algo bueno dentro de todo esto; a pesar del peso académico, económico y el pandémico, estamos aprendiendo a rendirnos espacio para aprovechar el tiempo de forma no capitalista. El COVID-19 nos empujó de la silla para recordar que somos seres humanos, no máquinas de producción dentro de una fábrica.
Nos dejamos convencer por estándares sociales que tenemos que estar ocupados 24/7 y dejar los sentimientos en la gaveta.
Es natural extrañar la normalidad de antes; nacimos y crecimos con él, pero hay que aceptar que nos encaminamos hacia una nueva etapa. Por más que le pidamos a las estrellas o a los seres celestiales de acelerar el reloj para regresar, sería una irresponsabilidad para la salud; estaríamos cediendo el cuello de la población bajo la guillotina.
No cumplo todo a lo que me propuse, pero dediqué el día a dibujar y pintar. A lo mejor no hice ejercicio como anoté en el horario, pero pasé el día entero tomando sol en el patio con un libro fuera del currículo académico; Quizás dejé una tarea de clase para el día siguiente porque pasé toda la noche riéndome con mi hermana y viendo películas. A pesar de todo, los días han sido soleados.