Es la última. La última mirada al pasillo que presenció mis ojeras después de tantas noches sin dormir, la última caminata por la biblioteca que me vio estudiar, un último recorrido por ese enorme recinto que me dio tanto, me lo dio todo: amistades, experiencias, independencia y resistencia. Más triste aún, la última vez que escucharé el singular sonido de la Torre que me recuerda que esa es, y será por siempre, mi Alma Máter: la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras.
Con cada paso de salida, recojo los sentimientos que vagabundean en el recinto de todos los que una vez lo pisaron, llenos del mismo orgullo y lucha. La nostalgia me exige ir al pasado, y recordar todo lo que viví en cada salón, facultad, biblioteca, cancha y espacio que tuve la dicha de mirar.
Dicen que el tiempo pasa volando, y que los días no vuelven. Pero, para quien usa su imaginación, el tiempo no es impedimento para volver años atrás y poder revivir y resentir el primer día de universidad. Como si hubiese sido ayer, recuerdo el cosquilleo que subía por mis piernas al entrar al recinto riopedrense. Por un lado, los famosos “pelús” de la IUPI me reciben con una sonrisa de oreja a oreja, que me hace sentir parte del espacio que piso. Por el otro, prepas igual o más perdidos que yo, intentando disimular el miedo que tienen por el mito de que los harán bailar en público.
Cuatro años más tarde, luego de muchos lunes de Refu, jueves de Río, los almuerzos en el 8, un café de Pa’l Café, y los study dates en la biblioteca, el cosquilleo permanece.
Ha sido una travesía llena de obstáculos que, por momentos, me hicieron pensar que no lograría completar mi bachillerato. La pandemia, los temblores, los recortes presupuestarios, uno que otro profesor, una electiva equivocada, pero la resistencia que nace de estudiar aquí rebasa cualquier dificultad.
Me doy una palmada en la espalda, “¡lo logré!”, me digo. Hoy, me despido sin saber cómo hacerlo. No hay adiós capaz de soltar el sentimiento de dejar atrás quien fui: una chica explorando mi identidad, y quien soy, alguien que sabe a dónde va, gracias a la Universidad. Me alejo solo de lo físico, porque jamás borraré parte de mi identidad, que es ser “una galla”: alguien que sabe lo que quiere, que lucha hasta alcanzarlo y que jamás se quita.
Mañana serán nuevas miradas, nuevos espacios. Pero siempre permanecerá el recuerdo del lugar que me abrió las puertas, cambió mi mirada, mejoró mi perspectiva, y me enseñó a ser yo.
Me voy, pero un pedazo de mí se queda allí, vagando por cada pasillo y edificio que me vio crecer. Me voy con la esperanza de que todo mejore, que los que vienen después continúen luchando y salvando a nuestra Universidad de todo mal que la rodea: los recortes, las malas administraciones, y la corrupción…
Este, mi último día en la IUPI, me despido con un taco en la garganta, pero orgullosa de haber sido parte de ti.
Adiós, Alma Máter.