Después de varios días olvidándome de la tarjeta electoral, por fin llamé el martes, 16 de junio a la Comisión Estatal de Elecciones. Marqué al 787-777-8682, ext. 2362 para reservar mi turno, y me dieron cita para el jueves, 18 de junio a la 1:00 p.m. en la oficina del Municipio de Guaynabo.
Tenía que llevar un recibo de agua o luz con mi certificado de nacimiento, según la representante que atendió mi llamada. Con miedo a que vuelvan a cerrar las oficinas gubernamentales debido a la inestabilidad causada por la pandemia, dos universitarias sacaron sus tarjetas electorales en el verano; yo fui una de ellas.
La primera fecha límite para sacar la tarjeta electoral fue el 30 de junio, solo si planificabas votar en las primarias; la fecha límite para sacarla antes de las elecciones generales de noviembre queda postulada para el mes de septiembre.
Cuando llegué, fatigada por el calor, y abrí la puerta cautelosamente, sonó la campanita atada a la puerta de cristal, tomando la atención de todos. Las cinco personas dentro de la oficina tenían sus mascarillas puestas. Tres de ellas eran empleados y dos estaban sentados en sus escritorios distanciados y envueltos en sus celulares.
El empleado con una camisa roja de rayas horizontales, y con su cabello peinado para atrás con más gel sólido que una piedra, apagó su móvil, se levantó de su escritorio, y me tomó temperatura antes de darme alcohol para desinfectarme las manos.
“Toma un asiento en lo que te atienden”, un empleado me señaló a las sillas de espera, las cuales estaban todas separadas por el espacio de una silla y se extendían hasta el fondo de la oficina.
Habían otras dos empleadas: una que dirigía la inscripción, y otra que tomaba la foto e imprimía la tarjeta. La primera esperaba en silencio en lo que la dama en su turno anotaba cosas sobre una hoja de papel.
La dama sostuvo el celular entre su hombro y oreja izquierda todo el rato que estuvo y, al parecer, no resolvió su asunto después de 10 minutos; se fue de la oficina con el celular aún enganchado entre el hombro y la oreja.
El señor desinfectó la silla rigurosamente, asegurando que no quedara ni una bacteria o virus en la superficie.
Pasaron al joven que estaba antes de mí, pero hubo una complicación durante su encuesta, la cual desconozco, y decidieron atenderme en lo que el muchacho hacía una llamada por teléfono. El empleado limpió la silla nuevamente.
Me senté, contesté todas las preguntas y solo entregué mi identificación como evidencia; fue un proceso ligero que no requirió mi certificado de nacimiento ni comprobante de mi residencia, como me habían dicho en la llamada hace unos días atrás.
El paso que tomó más tiempo fue la impresión de la tarjeta porque se acabaron las tarjetas en blanco en ese preciso momento. La empleada designada como la fotógrafa buscó más tarjetas de un almacén que quedaba en el lado cerrado al público.
El mismo empleado que estaba desinfectando todo después de cada uso le pidió a los nuevos integrantes esperar afuera, y también me tomó la firma al final del proceso.
Salí de la Comisión en media hora, pero ese no fue el caso de Alanna García Flores, ahora egresada de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Ella llegó a las 12:20 p.m. a la oficina que quedaba al lado del “Choliseo” en Hato Rey. Igualmente, le tomaron la temperatura y le dieron alcohol para que se desinfectara las manos. No fue hasta las 4:16 p.m. que la llamaron para su turno y finalmente salió con su tarjeta a las 4:42 p.m.
Había representantes para cambiar la dirección, para sacar la tarjeta por primera vez, entre otros servicios. Llevaban un registro de personas por orden de llegada, pero se regía según la hora, lo que, según Alanna, resultó ineficiente porque llamaban a personas que ya se habían ido porque se cansaron de esperar o por hambre.
Para resolver, muchas personas de la fila acudieron a los servicios de Uber Eats y Uva para almorzar.
“Apagaron el aire acondicionado y solo tenían abanicos para refrescar el ambiente, las sillas de espera estaban separadas, no atendían a personas que no llevaban mascarilla puesta, y la fila llegaba hasta afuera de lo lleno que estaba”, describió la exalumna riopiedrense.
Después de tres horas esperando, a las 3:00 p.m. llegó, a la Comisión, un agente de la Policía con su madre para sacar la tarjeta electoral de la señora;. Alanna no los había visto en ningún momento desde que ella llegó a la fila por lo que le estuvo extraño su llegada sin hacer fila.
Fueron directo hacia unos empleados de la Comisión, y los dejaron pasar directo al salón para sacar la tarjeta electoral de la señora. El policía y su madre no tuvieron que hacer fila, a pesar de haber una fila de gente esperando su turno en pleno calor del verano.
“Lo que más me molestó fue que hubo una señora embarazada en la fila afuera, como todos los demás y, con todo y eso, los dejaron pasar antes”, señaló Alanna indignada por lo visto.
Cuando por fin la llamaron para su turno, la pasaron al salón donde llevaron a la señora hace unas horas atrás. Igual que la oficina de Guaynabo, estaban las tres estaciones: inscripción, foto y tarjeta, y firma. El proceso en si fue ligero y salió del salón con su tarjeta aproximadamente en 26 minutos.
Ahora, ambas chicas, con la identificación más amarilla que un polluelo, están listas para marcar la boleta el próximo noviembre, pandemia o no.
ZNCV