Esta opinión representa solamente el punto de vista del autor.
Por: Jan Milton A. Bayón
Foto: Mónica Puig -Facebook
Ayer, el pueblo puertorriqueño presenció la gesta más alta del olimpismo puertorriqueño: Mónica ganó. ¡Enhorabuena, tenemos nuestro primer oro!
Dieciocho fueron los intentos que, por diversas razones, no lograron concluir en el más alto escalón del podio. Competimos como nación en las olimpiadas desde el 1948, para algunos nuestra época dorada, y para otros el inicio del descenso como país. Lo cierto es que la economía puertorriqueña, de la mano con la industrialización, comenzaba a llegar a su apogeo. Eran tiempos mejores, y ahora nos ha tocado vivir en lo que pueblerinamente se conoce como “tocando fondo”. Nuestra economía sufre el golpe más duro que jamás había enfrentado. Nuestra diáspora supera en todos los números a la del 40, y nuestra autonomía y voluntad política se definen indiscutiblemente como unas meras quimeras. Sin embargo, ya al pelo de sumergirnos enteramente en la oscuridad ensordecedora de una fosa sin fin, surge una luz, y no un destello, sino un chubasco de luz que nos reposiciona en los 18.5° de latitud en la latitud y nos despierta como pueblo.
No es difícil pensar, ni escuchar en las calles, que en nuestro estatus actual lo único que nos queda es el deporte. Como país, el deporte es una de esas pocas instituciones que, a diferencia de nuestro sistema de justicia y otros, no va en un descenso proporcional con nuestra crisis fiscal. No, no es irónico que nuestro mayor logro deportivo se haya confeccionado durante nuestra crisis. Porque al igual que un cuerpo cuando se pierde un sentido, se intensifican otros. La identidad nacional deportiva se ha intensificado a medida que hemos perdido la política.
Mónica no solo le dio a Puerto Rico una medalla de oro, le dio la validación de una identidad nacional, los argumentos para responderle a aquellos y aquellas (en algunos casos, pasadas tenistas) que sucumbiendo a la tiranía y ante la frustración nacional, mencionaban no era aún existente.
Ahora, se preguntarán, ¿cuánto nos costó esta medalla? y ante la crisis, ¿debemos seguir invirtiendo tanto dinero en el deporte? La respuesta a la primera es: millones, no fue una medalla barata. En cuanto a la segunda, como atleta nacional debería sentirme ofendido por tan solo formular dicha pregunta. Pero como estudiante de ciencias políticas, y como cualquier otro ciudadano preocupado por nuestra situación actual, debo comprender que es una pregunta razonable. Pasamos por una crisis económica y depositamos dinero en algo que no representa una inversión directa. Es algo digno de cuestionar; yo mismo me la he formulado varias veces, y ayer mientras veía el partido, junto a mis amistades, un amigo me la presentó.
Postulaba Rousseau, en el siglo dieciocho, que “la soberanía e identidad de un país le pertenecía al pueblo y que el gobierno solo podía administrarla, pero no poseerla”. Esta idea ha sido bien acogida por varios modelos occidentales, siendo el modelo político estadounidense y el pseudo modelo puertorriqueño parte de esta. Esta idea ha permitido que ambas naciones sean identificadas como diferentes y, aunque políticamente nuestra nación no sea, la identidad nacional que le pertenece al pueblo y no al ente político impide que la nación estadounidense y puertorriqueña puedan ser pensadas como una sola. Se nos hace imposible a muchos y muchas. Puertorriqueña o puertorriqueño que me lees, la identidad nacional puertorriqueña te pertenece, me pertenece y le pertenece a Mónica, quien es capaz de competir bajo nuestra bandera porque nuestra identidad nacional así lo permite, pero también porque se destinaron fondos públicos y privados para ello.
Pero, ¿qué pasaría si este no fuese el caso? Si no hubiese delegación puertorriqueña en Río de Janeiro, la identidad nacional estaría puesta en duda, si es cierto que el deporte nos une, es aún más cierto que sin él no somos. Para una isla tan pequeña que es colonia con una deuda a la vez, el desfilar, competir y ganar medalla de oro es decir presente ante el comité internacional de existencia. Sonar La Borinqueña es gritar nuestro nombre y dejar claro que somos alguien, que vivimos. Sonar la Borinqueña es establecer que Mónica no es solo una atleta, sino la reivindicación de la nación puertorriqueña.
Respondiendo entonces a la pregunta: sí, vale la pena que se destinen esos fondos porque es una inversión hacia la identidad nacional que tanto ha sido deteriorada y que forma parte de nuestra crisis actual. Si usted piensa lo contrario y entiende que esto es un gasto, debe ser porque no estuvo ayer presente en la Isla y no presenció en las calles, establecimientos y hogares el sentimiento patrio que abrazaba a la Isla de una manera cálida nunca antes vista. Y, por ende, le exhorto a darle un vistazo a los periódicos, a las telenoticias, a las redes sociales o simplemente conduzca por nuestras calles. Pasarán años en lo que podríamos volver a ver tantas banderas mono estrelladas en un mismo espacio de tiempo.
El invertir en Mónica, Espinal, Culson y toda la delegación puertorriqueña es más que una inversión deportiva; es el golpe más duro que hemos dado contra la crisis, y exhorto a que sigamos haciéndolo. Si algo hoy siente el pueblo puertorriqueño es precisamente eso: que lo son; que si hemos perdido algo en los últimos años, aún nos queda todo por luchar.